sábado, 26 de marzo de 2016

Operación maletín, de Mercedes Gallego Moro

Por fin, después de mucho tiempo haciéndome de rogar, he comenzado la saga Candela Luque, de Mercedes Gallego Moro.
La novela policiaca no es de mis favoritas, aunque de un tiempo a esta parte le estoy cogiendo el gusto, y si me lo ponen tan fácil como en esta ocasión, no os extrañe que acabe siendo una experta en la materia.
Me estrené con la autora con El asesino del ajedrez, una novela que me cautivó de principio a fin, ya que la protagonista, Ramona Cano, me fascinó. Cuando publiqué mi crítica todo el mundo me instaba a leer Operación maletín y los sucesivos,  y ya sabéis que cuando el río suena... He tardado porque, como os pasará a todos, mi lista de libros pendientes es interminable, pero estoy convencida que no tardaré tanto en leer la segunda parte de la saga, Matar al mensajero. He leído por ahí que es incluso mejor que la novela que hoy os traigo, y eso lo tengo que ver yo.

SINOPSIS
Una mujer aparece muerta en un céntrico hotel de Barcelona. El caso recae en el jefe del grupo de Homicidios que recurre a la recién llegada Candela Luque, agente del Grupo Experimental de Policía, para llevar a cabo la investigación. La joven pertenecía a un grupo de ventas, que proliferaban en la época, pero la aparición de unos brillantes y la huida de los jefes, junto a la desaparición de las restantes compañeras de la víctima, complica los hechos. Candela viaja a la isla de Tenerife buscando respuestas porque la joven asesinada era de allí. Encontrará tráfico de drogas, corrupción policial, pero no al asesino que a punto está de acabar también con ella.


OPINIÓN PERSONAL
Comencé la lectura de esta novela hace tiempo, y como me ha sucedido decenas de veces, tras las primeras páginas, ya fuese por unas razones u otras, la aparqué. Llegué a plantearme si la historia era de mi agrado, pues cuando abandonas un libro siempre es por algo. Pero al retomar la lectura me di cuenta que simplemente, el momento que elegí entonces para comenzar su lectura no era el correcto, porque ha sido retomar la historia y bebérmela de un trago.

Hay varios ingredientes que hacen que esta lectura sea fácil, de las que cuando te quieres dar cuenta, estás en las últimas páginas y te descubres a ti misma con la tensión propia de ser tú quien está a punto de resolver el crimen. Que un libro te genere ese ansia lectora es muy buena señal.

Candela Luque es la primera mujer que entra en el Grupo Experimental de Policía en la Barcelona de la Transición y lo que ello conlleva. Sus objetivos son claros; ella no quiere abandonar sus estudios de derecho, pero eso no impedirá que se implique a más no poder en el primer caso que le ha sido asignado y se revuelva ante las injusticias e ilegalidades que encuentra dentro del Cuerpo de Policía.
Por causas que se desarrollan en la novela, Candela queda fuera del caso, pero solo oficialmente. Ella no va a parar hasta que lo resuelva. El asesinato de esa chica en el hotel de Barcelona y las irregularidades que encuentra a su alrededor, se convierten para ella en algo personal. Y hasta aquí voy a contar sobre la trama.

Referente a mis sensaciones como lectora, diré que lo que más me ha gustado de la novela han sido los personajes y sus diálogos. La autora consigue que los conozcamos a través de las conversaciones y no con tediosas descripciones, cosa que agradezco porque a mí los detalles descriptivos me agotan sobremanera (pronto publicaré una reseña con un claro ejemplo). Mediante los diálogos podemos conocer claramente a cada personaje, vislumbrar sus intenciones, hacernos una idea de cómo debe ser su vida… Por ejemplo, en el caso de la protagonista, he descubierto un humor ácido que me encanta; eso es algo que difícilmente se hubiera conseguido sin hacerla interactuar y está logrado con mucho éxito.

Las localizaciones geográficas me han sorprendido. No estoy acostumbrada a situar tramas policiacas en territorio español, parece ser que todo lo americano produce más impacto. A ojos del lector no es lo mismo leer: «Peter Smith, de homicidios» que «Paco Pérez». No sé si me explico. Pues en este caso, esa apreciación pasa a un segundo plano, pues desde el principio te mentes en la historia y no das importancia a esos detalles que tanto empaque dan. Imagino que esto es una soberana tontería, pero si me encuentro reflexionando sobre ello será porque me ha llamado la atención.

Volviendo a los escenarios, tengo que decir que parte de la estancia de Candela en Tenerife me ha sobrado, yo hubiera ido más al grano, sin tanta salida y entrada y sin nombrar tantas calles y lugares, puesto que los que no conocemos la zona nos encontramos con un batiburrillo de nombres que no logramos situar. Más allá de esta apreciación, el nudo de la novela es delicioso.

Y analizando un poco el estilo de la autora, solo puedo preguntarme por qué no hay más escritores como ella en este país. Mercedes Gallego demuestra que escribir novela policiaca no es solo una americanada, que lo importante es una trama lograda y no el ensañamiento en las descripciones de los crímenes, (que en ocasiones rozan lo gore), o las tediosas y repetitivas historias de amor o impactantes escenas de sexo. Y ahora me pongo en pie y aplaudo, porque no me digáis que no tiene mérito que la protagonista de una novela policiaca sea mujer, en los 70, España (y el machismo de la época), pertenezca al Grupo Experimental de Policía en el que solo se rodea de hombres y que en la novela no haya ninguna historia de amor ni escenas de sexo. Es que me parto las palmas aplaudiendo, vamos.

En definitiva, estamos ante una novela que estoy segura que puede ser del gusto de cualquier lector, sea o no simpatizante del género, puesto que esta historia no es de continente sino de contenido.

Pero vamos, que no recomiendo solo esta novela, lo que os propongo es que descubráis a la autora con cualquiera de sus obras. Yo no las he leído todas, pero sé que su sello permanece intacto en cada una de ellas, y es algo que os aseguro, no habéis visto nunca y os sorprenderá muy gratamente.

martes, 22 de marzo de 2016

Nuestras eternas vacaciones

Sonó el despertador y decidí quedarme en la cama un ratito más. Siempre lo pongo antes para poder remolonear un poco. Apenas pasado un minuto mi mujer me dio un par de golpecitos con el codo; «Levanta, perezoso, que vas a llegar tarde», se inclinó sobre mí, me besó suavemente los labios y volvió a acurrucarse en su lado de la cama.
Con la taza de café en la mano me asomé a la ventana; otro día oscuro y lluvioso me esperaba al otro lado del cristal. Recordé el frío que pasé el día anterior en el trabajo, apuré el café y cambié el jersey que llevaba por otro más gordo. Sin darme cuenta se me había echado el tiempo encima. Me asomé a la habitación de los niños para comprobar que dormían plácidamente y me marché.
El atasco era tremendo. Los días de lluvia son insoportables al volante. Los incidentes aumentan, la velocidad de los vehículos disminuye y los embotellamientos se multiplican. Todas las emisoras de radio hablaban sobre el estado de las carreteras. Tendría que armarme de paciencia. Encendí un pitillo, abrí una pizca la ventanilla y me dediqué a exhalar bocanadas de humo. Comenzó a sonar en la radio All of me, de John Legend, y no puede evitar acordarme del día que encontré a mi mujer llorando mientras escuchaba esa canción. Me acerqué a ella por detrás, la rodeé con mis brazos y le pregunté el porqué de sus lágrimas. Me explicó que la letra era maravillosa y la melodía evocadora, que le recordaba a nosotros. «Escucha», me dijo. Era cierto, la canción era preciosa, tanto, que desde ese día se convirtió en nuestra banda sonora. Los dos permanecimos inmóviles, escuchando la canción en silencio como dos quinceañeros enamorados.
 Apuré la última calada del cigarrillo y cerré la ventanilla. El frío era cortante. Con los últimos acordes, la carretera comenzó a despejarse y en poco más de veinte minutos llegué al aeropuerto tarareando aún la melodía. Corrí al vestuario, me cambié de ropa y salí a pista; el primer avión de mi turno estaba a punto de aterrizar y vendría cargado de maletas necesitadas de mi presencia para bajar del aparato.
No sé si fue el beso que mi mujer me dio unas horas antes, la placidez con la que vi que dormían mis pequeños, la canción que escuché en el coche o una mezcla de todo, pero las primeras horas de la jornada se me pasaron volando entre pensamientos y recuerdos junto a mi familia. Pensé en lo guapa que estaba el día de nuestra boda; se la veía tan feliz… Yo también lo estaba, me casaba con la mujer de mi vida, pero lo que me hizo sentir realmente afortunado ese día fue su sonrisa. Pensar que yo podía provocar ese sentimiento en alguien, sentir que me necesitaba, que quería compartir su vida conmigo, me hizo la persona más feliz en la faz de la tierra. Muestra de aquello vinieron nuestros dos hijos, Damián y Javier. Eso sí que era una bendición. Algo bueno tenía que haber hecho en la vida para tener una familia tan bonita. Me arrepentí de trabajar tanto. Tantas horas fuera de casa me impedían disfrutar de ellos como me gustaría. De hecho, nunca estuve presente en los momento importantes para mis niños, como las actuaciones de fin de curso o cada vez que se les caía un diente. No sabía si sería realmente consuelo para ellos, pero estaban encantados con mi promesa de viajar a Disney este verano. Lástima que para ello tuviera que seguir trabajando sin descanso.

Las once en punto. Hora del almuerzo. Terminé de cargar las últimas maletas de ese vuelo y me dirigí a la cafetería; estaba hambriento. La camarera, vieja amiga después de tantos años, me preguntó si quería lo de siempre y me hizo una seña para que me sentara. Ella me lo traería. Mientras esperaba mi desayuno me dediqué a observar por la ventana que daba a la zona de desembarque. Como todos los días, vi preciosos reencuentros y dolorosas despedidas. Me hubiera gustado conocer las razones de aquellas partidas, seguro que tras ellas existían historias sorprendentes. Observé a un niño negándose entre lágrimas a soltarse del cuello de su padre. «No llores, pequeño, regresará pronto y te traerá un regalo precioso», dije para mí. Ipso facto, escuché una inmensa detonación seguida de un fuerte pitido en los oídos que me hizo retorcer de dolor. Una luz blanca me dejó sin visión y ahí terminó todo.
En tantas ocasiones vi por televisión esos terribles atentados terroristas, millones de veces pensé en qué era lo que realmente movía a esos desalmados a cobrarse vidas inocentes de aquella manera, pues estaba convencido que no seguían las órdenes de ningún Dios, sentía pena por las víctimas, por sus familias, mil porqués me poblaban la mente… Y ahora…

Ahora no veo más allá de las lágrimas y el desconsuelo de mi mujer y mis hijos. Sufro pensando en cómo harán para salir adelante y olvidar el dolor que les parte alma.  Sufro por mí. Porque jamás volveré a sentir los suaves labios de Sara más allá de mi memoria, porque no podré arropar a mis hijos antes de dormir, porque había perdido toda oportunidad de acompañarles en las fiestas de fin de curso y porque, inevitablemente, un sentimiento de odio se había instalado para siempre en sus corazones. Sí. Desde hoy vivirán con odio. Odio hacia los criminales que mataron a su padre y dejaron a su madre hundida en la más absoluta de las tristezas. Y lo peor de todo es que esto volverá a pasar y tendrán que revivirlo una vez, y otra, y otra… Solo me queda intentar guiar sus pasos y esperarles en algún lugar para que podamos disfrutar de nuestras soñadas vacaciones eternamente.

lunes, 21 de marzo de 2016

Abriendo las alas, de María José Castaño Coca

Cuando me enfrenté a la sinopsis de la novela, los prejuicios me salían por las orejas. Puede ser que tras leerla los siga teniendo, pero no con Abriendo las alas.

SINOPSIS

Abriendo las alas es una novela donde los hechos se suceden con prisa y sin pausa. Trata de la vida de Puerto, una chica de veintiún años, que se encuentra estancada en la monotonía y sometida a las decisiones de su padre; un arisco feriante que parece carecer de sentimiento paternal hacía ella. Después de un largo día de trabajo, Puerto sale a pasear por la playa de San José (Almería), donde conoce a un misterioso chico. Además del amor, ella cree haber encontrado por fin la solución a sus problemas, pero no sabe que le queda un largo camino por recorrer lleno de adversidades, engaños y un secreto. Un increíble secreto, cuyo conocimiento le hará tomar la decisión más importante de toda su vida.

OPINIÓN PERSONAL

Puerto es una chica de veintiún años que no conoce otra vida más allá de su caravana y su trabajo como feriante. Trabajo impuesto por un padre autoritario, frío y distante que no contempla el amor como hilo conductor hacia la relación con su hija. Puerto es despierta e inteligente, (esto se comprueba al leer sus reflexiones y pensamientos), tiene inquietudes y sueños, pero ve que pasa el tiempo y no se siente capaz de desacatar los deseos, casi órdenes, de su padre referentes a seguir el legado familiar y heredar la profesión de feriante en un futuro.

La chica adora las playas, es por ello que, cada noche, tras las agotadoras jornadas de trabajo, se escapa al mar a meditar, descansar y lamentarse. Una de esas noches, y en extrañas circunstancias, conoce a Román, un muchacho algo mayor que ella que le hará perder la cabeza por amor en apenas unas horas, un amor que a pesar de ser muy precipitado, será correspondido.                                                                                                      
Pero Román no es un joven al uso. Él no se parece a ninguno de los amores de verano de Puerto. Bueno, en realidad, él no se parece a nadie. Es misterioso y muy vulnerable, dos factores que inquietan a Puerto pero que a su vez, le atraen sobremanera. Comienzan las quedadas nocturnas, las caricias, los abrazos, los besos… Las confesiones.
A partir de aquí, Puerto conocerá a una peculiar familia en la que será acogida como un miembro más y despertará sus esperanzas de abandonar la tediosa vida de feriante. Pero no será gratis, Puerto tendrá que pagar un alto precio. 

A ritmo vertiginoso, el amor y la fantasía unirán lazos, Puerto irá aclarando dudas y generando otras, su vida dará un giro de 360 grados y llegará a un punto en el que tendrá que tomar la decisión que le cambiará (o no) la vida.

Como digo en la introducción, a priori, esta novela no hubiera provocado en mí esa reacción incontrolable de zambullirme entre sus páginas, puesto que la temática no va nada con mi estilo. Pero como nunca puedes decir “de este agua no beberé”, le di una oportunidad parecida a la que le das a un enamorado cuando no te gusta nada. ¿Y qué pasó? Pues que, continuando con el símil, a base de conocer a tu pretendiente y pasar tiempo con él, descubres cosas que te encantan y hacen que, sin apenas darte cuenta, acabes enganchada a él.

El elenco de personajes es muy potente y variado, con personalidades bien marcadas y actitudes peculiares, los lugares, el entorno, al ser reales, son fácilmente reconocibles y hacen que te sitúes con exactitud y realidad, lo cual refuerza la trama y aumenta la intriga. Si a esto le añades que la redacción es dinámica, ágil, y en ocasiones, vertiginosa, te bebes la novela de un trago y sientes que aún no has saciado tu sed. Vamos, que suplicas una segunda parte porque sientes que tienes que saber más. Tu hambre lectora no se conforma con despedirse de los personajes ahí. Pero existe una segunda parte, La cara oculta de la luna, así que podré dormir tranquila.

En definitiva, una novela muy recomendable incluso para los que huimos de las historias de amor, la fantasía y el sirope literario. Los escépticos nos revolvemos mucho, pero siempre hay una excepción que confirma la regla.

SOBRE LA AUTORA
 (texto extraído de ellibrodurmiente.org)

María José Castaño Coca, nació en Madrid en agosto de 1977.
Le gusta crear e imaginar historias desde que era pequeña. El defecto es que no siempre han sido plasmadas en papel porque reconoce que la asignatura de lengua no era lo suyo. Ganó varios premios de poesía en la adolescencia. Desde entonces ha escrito cuentos para niños, relatos cortos y alguna novela más que ha quedado por ahí olvidada y que no tiene intención de que vean la luz por ahora.
Dejó sus estudios de empresariales para atender a su primera hija. Ha trabajado como secretaria, informática, administrativo, comercial… pero sus hijos requerían su atención y decidió centrarse en ellos. Su mente inquieta la llevó a buscar algo que fuera compatible con la educación de sus hijos y retomó la escritura tras un paréntesis de varios años. Abriendo las alas surgió de muchas horas robadas al sueño mientras una amiga y su hija la animaban a seguir al tiempo que leían las páginas impresas que les iba pasando según las escribía.
Ellas pensaron desde un primer momento que la historia merecía la pena. No se equivocaron. Tras recibir la negativa de varias editoriales y proposiciones que no me interesaban, decidí publicar por mi cuenta con Amazon. A día de hoy son muchos los lectores y las reseñas positivas y está en el top 100 de los más vendidos en dicho portal de ventas.


miércoles, 16 de marzo de 2016

Nos vemos en consulta

Entró al bar y pidió un café solo con dos azucarillos. Se sentó en la mesa de siempre, a esa hora era fácil encontrar su rincón vacio. Dio un primer sorbo para sentir el amargor del líquido ardiendo en su plena esencia; de este modo, una vez lo endulzara, sentiría con más potencia el sabor del caramelo. Dio nueve vueltas con la cucharilla y la sacudió tres veces en el borde de la taza antes de chuparla y dejarla sobre una servilleta de papel.  Se bebió el café en cuatro sorbos, ni uno más ni uno menos. Carraspeó un par de veces, dejó unas monedas sobre la mesa y se marchó. Llegó a casa con las próximas horas planificadas en su cabeza; Lo primero que haría sería apuntar en su libreta todo lo sucedido en la cita de la consulta psiquiátrica; desde el momento en el que la vio sentada al otro lado de la mesa, hasta el gesto de placidez que vio en su cara cuando se despidieron. Llevaba meses reuniéndose con ella. ¡Bendita adicción a la bebida! Gracias a ella se conocieron y comenzaron a reunirse mensualmente. Él sintió un auténtico flechazo cuando entró a la consulta y la vio por primera vez. Supo que ella sería su tabla de salvación y, si nada lo impedía, acabaría siendo su compañera de vida. Cierto es que las reuniones eran meramente profesionales, pero en cada una de ellas confirmaba que aquella mujer estaba destinada para él. Abrió su libreta y comenzó a escribir:

«A las 16:30h he entrado en consulta. Ella me esperaba sentada en su lado de la mesa. No quiero ilusionarme, pero he notado una especie de ansia en su mirada. Algo así como un profundo deseo por volver a verme. Nos hemos saludado cortésmente, aunque hoy he aprovechado el apretón de manos para acariciar su suave piel sutilmente, evitando que ella lo notase. Tomado asiento, hemos comenzado la distendida charla. Hemos hablado de los beneficios de una vida sin alcohol y he podido ver en su cara la satisfacción por los avances logrados. No he visto anillos ni señas que la identifiquen como casada. Lo sabía. Está predestinada para mí. Sé que ella no da el paso porque debemos mostrarnos profesionales cada uno en nuestro puesto de paciente -medico, y soy consciente que una consulta psiquiátrica no debe ser a su entender el lugar más adecuado para encontrar a la persona idónea, pero sé que está esperando que yo me lance. Noto que me desea. La adicción está prácticamente aplacada y sé que no son necesarias las visitas mensuales, podría haber propuesto extenderlas en el tiempo y no lo ha hecho. Se nota que necesita verme. Han sido muchas las sesiones que han hecho que nos conozcamos poco a poco. Como yo, sé que desearía que empezásemos a vernos fuera de la consulta pero ella jamás hará esa propuesta. La próxima vez la invitaré a cenar. Su actitud me lo pide a gritos y yo no aguanto más».

Cerró el cuaderno y se dirigió al cuarto de baño. Sus instintos más primitivos le instaron a darse un baño de agua caliente y aromas. Necesitaba pensar en ella, imaginarse perdido entre sus piernas en aquella bañera y dar rienda suelta a su imaginación. Cumplido el desahogo y enjuagado todo su cuerpo, enroscó una toalla en su cintura y se dirigió al mueble bar. Con la botella de whisky en una mano y un vaso con dos cubos de hielo en la otra, se sentó en el sillón que destinaba a la lectura. Llenó el vaso, lo puso al trasluz para admirar el brillo del líquido transparente y vio algo que hizo que la botella que sostenía en la otra mano estallara contra el suelo derramando por la alfombra todo el líquido que contenía; los cubos de hielo se habían transformado en los ojos de su amada, que lo miraba con reprobación y enfado. Se levantó sin dejar de mirar el vaso, emitiendo pequeños gemidos a modo de disculpa y, haciendo crujir los cristales desparramados por el suelo, se dirigió a la cocina y arrojó el líquido por el desagüe. ¿Cómo podía haber hecho eso? Corrió hasta su cuaderno, tenía que anotar lo que acababa de suceder:

«¿Cómo he podido ser tan estúpido? He estado a punto de decepcionarla, de conseguir que se aleje de mí para siempre. ¿Qué hubiera pensado al verme? Seguramente sentiría que no la tomo en serio, que nuestras charlas no me interesan y que la estoy desafiando. Tengo que llamarla. No puedo esperar al mes que viene para verla. Necesito que hablemos, contarle lo sucedido y que me perdone. Si quiero comenzar una relación con ella debo ser sincero. Algún día vivirá bajo este techo y será testigo de mis vicios y manías. Debe estar preparada».

Cerró el cuaderno, introduciendo el bolígrafo entre sus anillas. No quería que ella notase sus nervios a través de la línea telefónica, así que se preparó una tila con dos azucarillos. Dio un primer sorbo para sentir el amargor del líquido antes de endulzarlo. Tras nueve vueltas con la cucharilla dentro de la taza y tres sacudidas en su borde, la dejó sobre una servilleta de papel. Se tomó la tila en cuatro sorbos, ni uno más ni uno menos.
Buscó el teléfono de la mujer en la agenda y, tras un par de carraspeos, se dispuso a llamar. Un tono, dos…

―¿Sí? ―La voz más angelical que había escuchado nunca le respondió al otro lado.
―¿Sofía? Soy Germán, tu…
―Hola, Germán, sé quién eres. ¿Qué sucede? ―Preguntó intrigada.
―Necesito verte. Bueno, sé que nos hemos visto esta tarde pero hay algo que no te he contado que creo que deberías saber.
―¿Tan urgente es que no puedes esperar a la próxima sesión?
―Lo es.
―Está bien… ―Respondió dudosa y algo preocupada―. ¿Mañana a la misma hora en la consulta te parece bien?
―Preferiría en otro lugar, donde me digas, pero que sea más informal.
―Ya… Bueno, yo prefiero la consulta si no te importa. ―La mujer se empezó a inquietar.
―Perfecto, pues allí nos veremos. Gracias y disculpa que te haya importunado. Hasta mañana.
―Adiós.

El hombre se dejó caer en el sillón y programó la alarma de su móvil para que le avisase de cada hora que pasaba hasta que llegase su cita. Contar el tiempo que le quedaba para verla se había convertido en una constante en su vida.

Después de una noche de sobresaltos a consecuencia de los avisos de su teléfono, se levantó del sillón y se dirigió a su habitación. Sus prendas le esperaban ordenadas por tejidos y colores dentro del armario. Eligió las ropas más apropiadas y se marchó en busca de un precioso ramo de flores. Planeó en su cabeza el discurso, no quería que nada se quedase en el tintero, estaba convencido que en unas horas comenzaría su nueva vida junto a ella. No quería soltar una perorata sino un argumento perfecto. A falta de una hora para la cita, paró en el bar a comer algo. Pidió un sándwich mixto y un refresco y se sentó en la mesa de siempre. Dio cuatro mordiscos al bocadillo y cuatro tragos al refresco y, tras carraspear un par de veces, dejó unas monedas en la mesa y se marchó.

Cuando llegó a la consulta, que ese día cerraba por descanso, ella le esperaba en la puerta. Tras un cordial saludo, pasaron a la sala. Ella se extrañó al ver las flores, pero no dijo nada, prefería que el hombre le contara lo que sucedía.

―Siento haberte hecho venir, pero es importante.
―Imagino que debe serlo, hoy la consulta está cerrada.
―Sí, lo siento. Verás… ―Carraspeó―. Creo que ha llegado la hora de dejar de disimular de ser nosotros mismos. ―Dijo, dejando el ramo de flores sobre la mesa con un gesto que indicaba que eran para ella.
―No te entiendo, Germán ―empezaba a mostrarse asustada.
―Te quiero y sé que me quieres. Son muchos meses viéndonos, yo lo noto y tú lo notas. Los dos somos adultos, libres. No tenemos por qué conformarnos con las charlas dentro de esta consulta. Emprendamos una vida juntos, disimular más es inútil.

Sofía, que permanecía de pie, se dirigió a la puerta. El pánico se reflejaba en su cara. Él bloqueó la salida y trató de besarla. Muerta de miedo, se escabulló y le pidió por favor que la dejase marchar.

―¿Me vas a negar que no sientes lo mismo? ―Dijo él con los ojos llenos de agua.
―¡Por favor! ¡Para nada! ―gritó, angustiada.
―Entonces… ¿Por qué seguimos viéndonos? Sabes que la adicción está controlada y que, de momento, las sesiones no son necesarias. Lo haces para verme. No te resistas a lo nuestro. ¡Es inútil!
―Vengo porque sigues citándome. ¡Eres mi psiquiatra!


Huyó despavorida. Ahora era ella quien necesitaba una visita urgente al bar.

martes, 8 de marzo de 2016

No entre nosotras

Terminó de subir la escalera y sintió que no le llegaba el aire a los pulmones. El miedo atroz que le provocaban los ascensores se había convertido en el mejor de sus ejercicios, aunque en esta ocasión los tacones no se lo pusieron fácil.
            Llegó pronto intencionadamente, pretendía preparar un guión para no quedarse en blanco cuando tuviera delante a su jefa. Era la cuarta vez que optaba a promocionar en su trabajo y no podía permitirse volver a perder la oportunidad; ser la reportera multiusos de la agencia, sin horarios ni voluntad propia, dejó de tener gracia hacía mucho tiempo.
            Comenzó a dibujar en su mente la estampa con la que estaba a punto de encontrarse; su jefa la estará esperando sentada en el sofá del despacho, con un pitillo entre los dedos y la mirada fija en la puerta. No la invitará a sentarse, ni siquiera saludará, simplemente la observará en silencio, con gesto apático y escuchará con desgana el relato de su empleada, hasta que sienta que ya ha tenido bastante y la emplace a regresar el año que viene cuando esté más preparada.
            Laura estaba nerviosa, no por la reunión, sino por volver a enfrentarse cara a cara con esa mujer tan fría. El único contacto que doña Olvido tenía con sus empleados era ese; entrevistarse con las personas propuestas por el departamento de recursos humanos para el ascenso y decidir en el acto si les era concedido o no, basándose en las impresiones del momento, sin revisar el currículum o entrevistar a la persona. Según ella, su intuición era el motor del éxito de la empresa.
—Buenos días, doña Olvido, soy Laura Ribas, periodista del departamento de sucesos.
El gesto de su dirigente, alzando levemente las cejas y ladeando la cabeza, le indicó que el saludo no iba a ser correspondido.
—Bien… Este es el cuarto año consecutivo que me reúno con usted para la promoción de departamentos. Considero que tras varios años preparándome para el puesto, he alcanzado los conocimientos y la experiencia necesarios para desempeñar labores de más envergadura y responsablilidad. Ya sabe, doña Olvido, que mi trabajo me apasiona, y un ascenso sería una motivación tan grande para mí… Además, si me permite, —dijo sacándose un papel doblado del bolsillo de su chaqueta— traigo un desglose de mi actividad laboral en el último año, tanto individual como en equipo, en la que se demuestra que ha sido el periodo más productivo del departamento desde que me encargo de ello, y…
Doña Olvido, quien parecía completamente ausente, interrumpió con un carraspeo.
—Querida… ¿en serio van a ser esos tus argumentos? ¿Un papelucho con cuatro notas? Vamos a ser claras, no tengo mucho tiempo y este asunto debe quedar zanjado hoy mismo. Mírate.
            —¿Qué debo mirar? —preguntó Laura con cara de asombro.
            —A ti. No debes medir más de un metro sesenta, tienes los kilos mal repartidos y voz de pito. Jamás podrías mirar a un directivo a los ojos ni pelear con los tiburones que inundan el mercado. A mí no me interesa tu pasado laboral, mientras cumplas con los objetivos marcados, eres un número más en mi plantilla, cuando dejes de hacerlo serás uno menos. Pero ahora hablamos de cosas serias. Lo que se está ofertando es un puesto de responsabilidad en el que tu mayor arma tendría que ser tu presencia. Querida, verte entrar por la puerta me inspira muchas sensaciones, pero ninguna de ellas es agradable.
            —Doña Olvido, perdone que le diga, pero no creo que mi aspecto sea relevante —dijo intentando que su voz de pito no lo pareciera tanto.
            —¿No? Mira, te voy a ser clara. Dices que este es el cuarto año que optas a la promoción, ¿verdad? Bien… —hizo un silencio que aprovechó para levantase y caminar con parsimonia hacia su empleada—. ¿Conoces a las personas que acabaron promocionando años atrás? —Laura, algo intimidada por la cercana presencia de su jefa asintió con la cabeza—. ¿Qué tienen todos en común? Yo te respondo; son hombres imponentes con una excelente percha. Intimidantes, autoritarios y capaces de comerse de un solo bocado a veinte mujeres como tú. En serio, querida, no creo que estés tan mal en tu actual puesto de trabajo. Según están las cosas deberías estar agradecida por tener un empleo.
Imagen extraída del corto, Una mujer frente al espejo, de Yoshimichi Tamura
            —Entiendo. —Laura notó cómo comenzaba a arder su cuello a la vez que sus puños se cerraban con fuerza. —Creo que debo marcharme, pero esta vez no me quedaré con ganas de decirle algo. Como ya sabe, trabajo en el departamento de sucesos. Cubro informaciones de todo tipo; desde accidentes de tráfico hasta reyertas, peleas callejeras y asesinatos. He estado en todas las ciudades en las que, en lo que va de año, nueve mujeres han perdido la vida a manos de hombres autoritarios y sin escrúpulos, de esos que le gustan a usted. He tenido la serenidad y la sangre fría de cubrir esos sucesos, aunque la rabia me estuviera comiendo por dentro, para realizar un trabajo impecable que deje en buen lugar a la agencia que usted, mujer, representa. Y no lo haré más. Sé que no le será difícil encontrar a alguien que ocupe mi puesto. No me marcho porque quiera vengarme o como consecuencia de una rabieta, me voy porque me apiado de usted, me da mucha pena. Hasta que las mujeres no nos respetemos y valoremos entre nosotras, no conseguiremos erradicar esta lacra machista que nos rodea, tanto en la calle como en despachos como este. Aunque claro, quizá a usted no le interese que acabemos con esta mierda, pues es lo que llena de contenidos su asqueroso departamento de sucesos.


            Cerró la puerta del despacho tras de sí con un sonoro golpe, se quitó esos tacones tan incómodos que tanto la feminizaban y corrió hacia el ascensor que estaba a punto de cerrarse. Entró en el cubículo, se miró al espejo y sonrió al ver la fuerza que desprendía su mirada. Después de lo que acababa de suceder, su miedo a los ascensores era una anécdota. Supo que a partir de ese momento se atrevería con todo y contra todos.

martes, 1 de marzo de 2016

Una mujer

Una mujer bonita es aquella que no necesita tacones para sentirse grande, aunque los use para verse más femenina, es esa que usa el lápiz negro para dibujar sus sueños sin importarle que se gaste y no le alcance para pintarse la raya del ojo, la que se sujeta el pelo en una cola cuando le incomoda, a pesar de saber que luce más guapa con el pelo suelto.
Es aquella que se reconoce ante el espejo y no necesita hacerse quinientas fotografías hasta verse guapa en una de ellas y subirla a las redes sociales, la que acepta los piropos sin falsa modestia, la que sonríe y llora solo cuando le apetece. Es aquella que, aun sabiendo que las calorías aterran a sus semejantes, se chupa los dedos cada vez que come chocolate y no se castiga por ello.

Una mujer linda es la que no tiene reparos en salir a la calle sin maquillar, la que prefiere pasar dos horas de charla con amigos, o sola con un libro entre las manos, antes que hacerlo delante del espejo intentando ocultar todas sus imperfecciones. La que peina canas con orgullo, no disfraza su mirada y acepta como algo natural que los años le traigan celulitis, patas de gallo o centímetros de más en sus caderas.

Una mujer guapa antepone las emociones a las impresiones, lo sensato a lo banal, el descanso a la imagen, y aunque le gusta verse bonita, sabe organizar su lista de prioridades para que la parte estética nunca le robe tiempo a la emocional.

Una mujer feliz es la que se valora a sí misma sin necesitar que nadie alabe sus virtudes, esa que siempre elegirá la comodidad y rechazará el encorsetamiento. Es aquella que, cuando tenga que mostrarse desnuda ante otra persona, lo hará sin miedo ni vergüenza, pues siempre se habrá presentado como es sin crear falsas expectativas.

Una mujer segura pisa firme cuando va descalza, no titubea si se muestra al natural y decide arreglarse por satisfacción personal. Siempre sonreirá lleve o no los labios rojos y no se verá obligada a cruzar las piernas cada vez que tome asiento.

Una gran mujer es aquella que comprende que auténtico y artificial son antónimos implacables, que la espontaneidad no se estudia y las sonrisas siempre son bellas aunque los dientes no sean perfectos.